Cuenta la tradición que un 29 de enero de 1568, un habitante de Alcoy de origen francés, llamado Juan Prats, encontrándose necesitado robó de una iglesia parroquial muchos objetos sagrados. Entre los objetos, estaba un rico cofre de plata que contenía tres Hostias consagradas. Juan Prats consumó rápidamente las tres Partículas y escondió el cofre bajo algunos leños de su establo. Al día siguiente el párroco de la iglesia tocó las campanas para advertir al pueblo del robo. Poco después todo el pueblo de Alcoy estaba en la iglesia para orar. La búsqueda se inició inmediatamente pero no tuvo éxito.
Cerca de la casa de Juan Prats vivía una viuda muy piadosa llamada María Miralles que tenía en su casa una estatua del Niño Jesús. Comenzó a rezarle intensamente suplicando que las Hostias fueran encontradas. Habían pasado pocas horas desde aquella oración, cuando María vio que la pequeña mano de la estatua de Jesús se movía y apuntaba el dedo hacia la casa de su vecino, Juan Prats. La mujer, sospechando, advirtió a las autoridades civiles lo que había sucedido. En ese mismo momento, el párroco ya se había dirigido, empujado por una fuerza misteriosa, hacia el jardín de Juan Prats. Entró en el establo, alzó los troncos y descubrió el cofre con las tres Hostias dentro. Juan Prats se arrepintió profundamente y confesó el robo ante la sorpresa de la presencia de las Hostias. No entendía cómo así las tres Hostias estaban presentes siendo que él mismo las había consumado. Los documentos relativos al Prodigio, a sus Gozos y a la estatua del Niño Jesús están conservados aún hoy en el Monasterio del Santo Sepulcro de Alcoy. Adjuntamos un panel cerámico que aparece en la fachada del monasterio y otra con la Virgen del Pilar.