El ángel, tras la Anunciación, dejó a María y se fue. Días después, María marchó a casa de Zacarías y saludó a Isabel, la cual exclamó: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno». Como conclusión, añade San Juan en el prólogo de su Evangelio: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros».