La Catedral de Valencia es la poseedora de la más copiosa y variopinta colección de reliquias que conocemos. Entre ellas, destacan los varios ligna crucis que custodiaba, teniendo en uno de ellos el de mayor tamaño de la cristiandad. Los más ilustres que poseía la catedral valenciana eran el lignum crucis de Aragón, depositado por Alfonso V el Magnánimo, el "Hohenstauffen", donado por Constanza de Suabia y, por último, el lignum crucis Anjou, que había pertenecido a Fernando de Aragón, último Duque de Calabria, y había ingresado en la Catedral de Valencia en 1812 procedente del Monasterio de San Miguel y de los Reyes de Valencia. Su valor era muy significativo pues provenía del reino de Nápoles, territorio disputado tradicionalmente por los Anjou franceses y los reyes aragoneses, por lo que, además del valor religioso, tuvo una importante carga política de legitimación de los derechos de la corona aragonesa en Nápoles.
Esta reliquia, que tuvo su Cofradía dedicada, permaneció en San Miguel y de los Reyes hasta el año 1811 en que fue asaltado el monasterio en plena Guerra de la Independencia. Afortunadamente, el 20 de Agosto de 1812 ingresaba un fragmento en la Catedral de Valencia. Otro fragmento de este lignum crucis, relata la anciana Sor Felicia, de 82 años de edad y priora y fundadora del antiguo Convento de Belén de Valencia, le fue entregado por parte del sacristán del convento jerónimo de San Miguel y de los Reyes de Valencia, fray Silvestre Forés. El último de estos fragmentos fue a Ademuz para su iglesia parroquial. Los cánones mandan que los ligna crucis deben ir incrustados en un relicario en forma de cruz obligatoriamente y sin compañía de otras reliquias.