Aquella hermosa e imponente imagen del Cristo de los Prodigios de Villanueva de Castellón que presidía el altar mayor de su iglesia fue destruida en la guerra civil por lo que hay una actual. Aquella era una talla bronceada de un nazareno de 1'70 de altura y levantada medio metro sobre el piso. La historia nos dice que el pueblo quería una imagen de Cristo Crucificado y un día llegaron dos peregrinos que se ofrecieron a esculpirla. Pidieron encerrarse en una habitación por espacio de tres días y, por toda comida, no admitieron más que un pan y un cántaro de agua. No llevaban herramientas y rehusaron incluso un tronco de árbol que los vecinos habían cortado. Al cumplirse el plazo y viendo el pueblo que no entraban ni salían, derribaron la puerta y, ante el asombro de todos, no se halló rastro de los peregrinos; el agua y el pan estaban intactos pero recostado sobre la pared había un hermoso Cristo. La gente lo aclamó enseguida con el nombre de Cristo de los Prodigios. Su imagen tiene las notas propias del siglo XV que va dejando ya la rigidez de las formas bárbaras para iniciar la suavidad del clasicismo renacentista.