En el mes de Junio de 1614, el Ayuntamiento de Petrel decidió guardar la fiesta de San Bonifacio en atención a su protección por haber salvado las cosechas y levantó una ermita en su honor en el año 1634. Además se labró un relicario en el año 1724 para alojar la reliquia del santo que trajo de Roma el Cardenal Belluga. La imagen del año 1782 fue destruida en el año 1936 y la imagen actual es del escultor Antonio Navarro Santafé, que se bendijo en el año 1940.
Nos cuenta el amigo Vicente Pina que San Bonifacio de Tarso, Mártir, vivía en concubinato con una dama romana llamada Aglæ, de quien era administrador. Un día esta mujer, movida por la gracia, lo envió al Oriente para que procurase reliquias de mártires. “¿Qué dirías –le dijo Bonifacio al partir– si te trajesen mi cuerpo por el de un mártir? ¿Lo recibirías?” Llegado a Tarso, vio cómo un gran número de mártires soportaban jubilosamente los más crueles tormentos. “¡Ah –exclamó– qué grande es el Dios de los cristianos, qué grande el Dios de los mártires! Servidores de Cristo, rogad por mí para que, unido a vosotros, yo también combata a los demonios”. Y, en efecto, confesó que era cristiano y, después de muchas torturas valientemente soportadas, fue decapitado. Sus sirvientes lo buscaron en la taberna y allí les dijeron que podría ser un romano que habían martirizado el día anterior. Efectivamente lo hallaron, compraron su cuerpo y lo condujeron a Roma, donde Aglae lo recibió y construyó una sepultura para él. En este lugar en la actualidad se halla la Iglesia de San Bonifacio y San Alejo, en el Aventino de Roma.